jueves, 17 de mayo de 2012

SUBRAYAR UN LIBRO






Abre un libro, Eurídice, y descubre en él que raras veces se confiesa una persona con tanta sinceridad, como cuando lo subraya. Solo al libro subrayado puede creérsele que el lector penetró su contenido. Subrayar es incorporar en tu ser la esencia del libro y la sustancia dramática del autor. Es averiguar cuanto este silenció o escribió en voz baja, llamándonos a diálogos secretos, mediante esos delatores tatuajes que le trazamos a determinadas frases. Subrayar es mirar de frente al autor contarle de nuestras personales identificaciones con su relato. Subrayar, Eurídice, no es solo resaltar determinadas confidencias del escritor, sino también sobresaltarnos con nosotros mismos al vernos reflejados en la frase ajena.

Subrayar un libro es demostrar que leemos con todos los sentidos; es reverenciar lo escrito en la página transformada en altar donde ofrendamos las potencialidades de nuestro pensamiento, tus pensamientos y tus emociones, Eurídice. Quien no subraya un libro pierde la dimensión transpersonal de la lectura. No va más allá de signos, palabras y conceptos impresos. Abstenerse de subrayar es eludir los fantasmas del autor. Me acongojan las personas que dicen haber leído un libro, y al observar el ejemplar lo veo limpio, sin la menor acotación al margen, como si aún sufriera la orfandad que demuestra cuando está en la librería.

Deduzco que tal lector emboza centenares de miedos, es incapaz de confesarse en público. Lee para esconderse de otros y de sí mismo. Un libro sin subrayar es una blasfemia bibliográfica. Quien sobrevoló aquellas páginas no se detuvo a explorar las potencialidades ontológicas y físicas del verbo. Son timoratos de la página impresa a quienes les interesa más conservar del libro su ofensiva pulcritud, que dialogar con su autor y con cuantos luego puedan mirar este subrayado.

Porque hacerlo, Eurídice, es demolerle muros al lenguaje para abrir nuevos caminos a la lectura, la interpretación y la intuición a través del texto. Subrayar un libro es decirle al escritor que estamos con él, que no camina solo en el laberinto de signos y frases que construyó.

Subrayar es darle calor al párrafo prendiéndole fuego a silencios que se manifiestan cuando te detienes en la lectura, para celebrar el ritmo íntimo y público del subrayado. Autor y lector reducen lejanías con el sutil puente de la línea, recta o torcida, leve o intensa que se le borda a la frase que nos impresionó induciéndonos a resaltarla. Subrayar un libro es hacerlo tuyo. Es vernos en cuanto clama el otro. Es encontrarnos con algo del otro que desconocíamos, allí en la visión en la visión individual del otro. Se ama un libro cuando se le acaricia y recorre con subrayados. Cuanto más se subraya mayor es el impacto emocional que ejerce sobre uno. El contacto fisiológico entre el ser del libro y el espíritu de la persona, se produce mediante el ceremonial del subrayado, puesto que es un rito no apto para todo lector. ¿Qué frases subrayaría Jesucristo del evangelio o de algunos libros que tratan sobre él?... ¿Dónde se detendría Sócrates a subrayar los diálogos de Platón?...

Subrayar es un acto de erotismo bibliográfico que desconocen aquellos con pánico a ensuciar el libro. ¡Pobrecitos los libros que no arrancan una caricia al lapicero de sus indiferentes lectores! Subrayar es concertar una cita para dentro de un día o diez años después. El acto de trazar la línea bajo la frase es una acción lúdica de encantamiento, con percusiones holísticas que no voy a revelarte, Eurídice, que tú misma debes experimentar subrayando decenas de páginas y de libros. Te lo aseguro: la línea que se traza en la página, también se está trazando en tu destino. Lo aconsejable es no subrayarlo si lo subrayas sin pasión, sin la convicción de identificarte allí con tus más íntimas verdades.



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